En estas realidades violentas y vertiginosas hace falta aferrarse a algo o alguien en quien creer. Sino, como lo canta Chico Buarque: “no hay quien aguante la cuestión”. Ahora, eso que podemos llamar fe, creencia, religión, energía, o de cualquier otra forma, solo tiene sentido cuando nos permite alcanzar, sin dañar o excluir al otro, cierto estado de paz.
En el mundo se han contado más de 4.000 religiones, todas ellas una forma de trascendencia humana, el catolicismo es solo una más de esa lista, no es superior y su validez es igual a las otras. Estas creencias han basado su origen en diversos relatos, las historias de Alá, Buda, Huiracocha o Jesucristo son ricas en descripción y fantasía; de tantas formas y mitos, en Colombia se “adoptó” mayoritariamente a ese hijo de Dios, nacido de una virgen en el encuentro con una paloma.
Se acerca la Semana Santa, espacio de reflexión y recogimiento para los católicos. Que a su vez, es también un periodo vacacional de diversión y uno que otro exceso. No son necesarios más de dos dedos de frente para notar que en estas fechas cada vez las iglesias están más vacías y las playas más llenas. Pues, recordando a Mercedes Sosa, todo cambia, y que ahora esto suceda no debería ser extraño. De hecho, España, esa “madre patria” añorada por más de uno, hoy se está quedando sin sacerdotes.
Bien, todo este preámbulo para manifestar una inconformidad relacionada al ejercicio de la democracia y la religión católica:
Y es que me parece que no está bien que en un país laico, es decir, en el que el Estado está en la obligación de ser neutral y dar un tratamiento igual a todas las creencias religiosas, las administraciones municipales sigan ligadas al catolicismo, y que los gobernantes tengan como parte de su gestión apoyos e inversión en celebraciones católicas. Algo que vemos usualmente en al menos las alcaldías de esta subregión, e incluso del departamento. Nos acostumbraron a una política camandulera.
Hoy los líderes elegidos por la voluntad de un pueblo diverso encomiendan las obras públicas a la virgen o a algún santo de su devoción, llenan los pasillos y oficinas de sus despachos de crucifijos e imágenes religiosas. Y ojo, todo eso comunica y nos condiciona. Desde hace mucho tiempo nos compran el voto haciéndose los más devotos, como si acaso ser católico, o decir serlo, ya fuera garantía de ser buena persona.
En la política actual mucho se habla de inclusión y diversidad. Alcaldes, gobernadores y candidatos han caído en el encanto de palabras rimbombantes sin entender bien su significado. Porque, sépanlo, cada vez que hacen públicas sus creencias católicas, a través de sus gestiones, excluyen a todas las demás religiones que también están presentes en sus territorios. Y eso no es algo que sea muy inclusivo que digamos.
Porque al final las palabras, para ser transformadoras, deben ir más allá de su enunciación y repetición. Requieren al menos de un ejercicio consciente del pensamiento crítico, cuestión que todos, gobernantes o no, deberíamos empezar a implementar en nuestras vidas.
Puesto que, del dicho al hecho….
Por:
José Andrés Rubiano
Comunicador social - periodista
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